martes, 20 de diciembre de 2011

Corea del Norte, en guerra con el mundo

Veinte años después de que el comunismo echara el telón en casi todo el planeta, Corea del Norte sigue en estado de guerra con el mundo. La reciente muerte de su "amado líder", Kim Jong-il, no va a cambiar ni un ápice la realidad de que el perverso Estado comunista, que no Irán o Pakistán, es la principal amenaza para la paz mundial merced a su potente arsenal nuclear y, lo que no es menos peligroso, sus exportaciones de armas de destrucción masiva y su legendaria sangre fría ante Occidente. 

 Y es que, aún tratándose de la primera dinastía comunista de la historia, el Reino Ermitaño es en verdad dirigido desde hace décadas por los altos mandos del Ejército Popular de Corea (EPC), el auténtico cordón umbilical del régimen estalinista. No podía ser de otra forma, ya que la más septentrional de las dos Coreas se encuentra en estado de guerra técnica con el Sur desde 1953. Es decir, más de medio siglo.

Los norcoreanos siguen manteniendo su fe en el Juche, es decir la sagrada doctrina de la autarquía acuñada por el fundador de la República Popular Democrática de Corea, Kim Il-sung. Pero, la política que guía a su dirigentes es el Songun o la prioridad del gasto militar sobre el resto de consideraciones, incluso las humanitarias. Todo el dinero se canaliza hacia el Ejército. Esto explica el inescrutable comportamiento de Pyonyang a ojos de Occidente. El órdago nuclear norcoreano es la carta de supervivencia del régimen comunista y seguirá sacándose de la manga ese as hasta el fin de sus días.
Corea del Norte es una potencia nuclear que cuenta con un programa de enriquecimiento de uranio y la capacidad para fabricar varias bombas atómicas. En esto coinciden los expertos surcoreanos, occidentales, chinos y rusos. Además, ha demostrado que dispone de la tecnología para lanzar misiles de corto y medio alcance, que podrían ser equipados con cargas nucleares. Lo que no se ha podido confirmar es si es cierto lo que dice la propaganda norcoreana sobre el misil balístico Taepodong-2, que podría alcanzar la costa estadounidense. Por lo que se sabe, todos los ensayos con ese cohete intercontinental han resultado hasta ahora fallidos.

La llegada al poder del hijo menor del fallecido dictador, Kim Jong-un, abre una nueva etapa histórica en Corea del Norte, pero son los militares los que tienen la última palabra. Igual que el KGB soviético, la Stasi en Alemania Oriental o la Securitate en la Rumanía de Ceacescu, en el país asiático es el EPC el que controla todos los resortes de la economía y la seguridad nacional. Aunque el nuevo líder tenga un increíble parecido con su abuelo, sus menos de 30 años de edad le convierten más en una marioneta o un regente, que en un líder propiamente dicho.

Recientemente, Pyongyang propuso a Estados Unidos la enésima congelación de su programa nuclear a cambio de ayuda humanitaria. Occidente tiene dos opciones, negarse y arriesgarse a que una de las bravatas norcoreanas desemboque en una guerra en el Paralelo 38, la frontera más militarizada del mundo, o aceptar y armarse de paciencia. Esta segunda opción no es una receta de éxito, ni mucho menos, pero Washington no tiene otra salida.


China, el principal aliado del denostado régimen comunista, y Rusia, por puro interés geopolítico, harán todo lo posible para que toda la península coreana no caiga en manos de Estados Unidos. Digan lo que digan, la tensión nuclear les conviene. Por ello, EEUU no tiene más remedio que entablar conversaciones bilaterales con Corea del Norte y aceptar sus condiciones para la reanudación de las negociaciones nucleares multipartitas.
El objetivo a corto plazo es la desnuclearización de la península, pero el anhelo es la reunificación coreana. La cuestión no es tanto el cuándo, sino el cómo. El coste en pérdidas humanas podría ser brutal. Nadie, ni Seúl, ni tampoco Japón, otro de los objetivos favoritos de la ira norcoreana, están dispuestos a pagar ese precio.
Corea del Norte es un país necesitado de urgente ayuda humanitaria y energía. Sus únicas divisas provienen del contrabando, especialmente, de tecnología de misiles. Una tercera parte de sus 23 millones de habitantes sufre hambruna crónica y el resto de la población vive en la miseria.
El presidente de EEUU, Barack Obama, haría bien en no fiarse de los norcoreanos, pero no puede sino sentarse a negociar. La muerte del inestable líder norcoreano abre tanto una etapa de transición en ese reducto de esclavitud socialista como una nueva ventana a la paz. Para ello, Obama necesitará persuadir a China de que, como ocurriera con la Unión Soviética en el caso del Muro de Berlín, una Corea del Norte abierta al mundo es la mejor garantía de estabilidad.

Oscar Gantes

http://www.revistatenea.es/

 

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